“Si las puertas de la percepción se purificasen,
cada cosa aparecería tal como es, infinita.”
William Blake
¿Cómo limpiar los canales de percepción, mantener la mirada en la maravilla que subyace en todas las cosas en todo momento? ¿Cómo no dejarse arrastrar por la costumbre de mirar siempre lo mismo de la misma manera?
El torbellino mental ha dado lugar a este mundo, ha creado su realidad, con una dinámica propia que la alimenta, la automantiene. Seguimos el juego queriendo mejorar aquello que percibimos como “inadecuado” sin que ni por lo más remoto se nos ocurra cuestionar la percepción en sí misma.
La percepción del mundo es un reflejo del estado de conciencia del que percibe. Nunca se podrá ver fuera lo que no se haya visto dentro, el saber popular lo expresa en aquello de “cree el ladrón que todos son de su condición”.
No nos damos cuenta de que estamos condicionados para ver unas determinadas cosas y no ver otras, cada cual se mueve en el mundo que conoce y constantemente se remite a él para interpretar lo que pasa.
Pero sobre todo estamos condicionados para ver sólo el mundo de las formas. Estos ojos sólo ven formas, esta mente no entiende más que de formas y cada forma tiene su sitio, cumple su papel, el que le ha sido asignado en esta realidad construida y sostenida por ese modo de percibir.
Cuando queremos cambiar el mundo, luchamos para que todo funcione como “debe” funcionar, pero seguimos mirando el mundo de la misma manera, con la misma mirada, desde la misma conciencia atrapada en el mundo de las formas.
La auténtica revolución es cambiar la mirada, mantenerla más allá de la forma en Aquello que la hace posible, trascendiendo toda interpretación y seguir mirando soportando el desajuste mientras se produce la transformación de la propia forma y SER, sólo SER… SER sin nombre, sin tiempo, y desde ahí desde esa conciencia incondicionada dejar que brote la acción necesaria, una acción adecuada, certera, precisa.
No se trata de engañarnos, de no querer ver, de negar esta realidad concreta, sino de hacernos sensibles a lo invisible, ampliar la mirada para, como decíamos al principio, re-conocer la maravilla que subyace en todas las cosas en todo momento. Trascender el mundo, estando en el mundo para transformar el mundo.