Fragilidad, ¡qué palabra tan grande! ¡cuánta resonancia reverbera en mi interior!
Abrirse a la fragilidad desata una fuerza enorme. ¡Qué contradicción!
A veces, después de pasar la vida tratando de demostrar nuestra fortaleza, intentando dominar desde el entorno hasta nuestras reacciones, cuando creemos que tenemos el control, un día, por cualquier causa, algo se rompe y todos los esfuerzos parecen haber sido en vano. Años de luchas para conseguir tener la situación dominada, incluida una dura disciplina espiritual que nos garantizaba el control de los estados internos por encima de las circunstancias, de repente, se muestran inútiles y nos vemos enfrentados a nuestra fragilidad.
Si has llegado hasta ahí, éste es el momento, y si no has llegado, éste es el momento, porque el momento de abrirse a la vida siempre es ahora y tener la valentía de abrirse a la propia vulnerabilidad, a la fragilidad, permite el despliegue de una fuerza desconocida.
Hay algo que ha madurado en un “nosotros” impersonal y que está empujando para manifestarse ante el más mínimo gesto de apertura, ante cualquier pequeño movimiento hacia la disponibilidad.
Es el momento de pasar de la resistencia a la acogida, de la exigencia a la gratitud, del control a la confianza, del juicio al perdón, de la búsqueda al encuentro, de la certeza al Misterio, del miedo al Amor…
No hay fuerza que venza a la gratitud, que pueda con el perdón, que someta al Amor… todas ellas actitudes tradicionalmente adjudicadas a los débiles.
Tal vez sea el momento de cultivar un estado interior de benevolencia (que no de indolencia) hacia uno mismo y hacia los otros, no por justificar nada, que no es necesario, sino como consecuencia de un re-conocimiento profundo de lo frágil, y en lo frágil… lo bello y en lo bello… el Misterio inabarcable.
Una forma distinta de estar en el mundo, crea un mundo distinto.
¡Gracias!