Cuando se cambia de nivel de conciencia, cambian los referentes internos, y esos referentes están en relación con la noción de identidad, el “yo” alrededor del cual se construye y desde el que se vive. Esto tiene consecuencias directas en la vida cotidiana.
El yo mental, el ego, se caracteriza porque es exterior-dependiente, siempre busca la aprobación y el reconocimiento, y sólo existe en comparación con algo que está fuera, se alimenta del deseo, da igual cual sea el contenido de este, lo que le mantiene vivo es el hecho de desear, hasta el punto de no concebir la vida sin deseos, aquello que se dice “si no deseas nada estás muerto”, es cierto, en ausencia de deseos, el ego muere, sólo el ego.
Cuando vivimos desde este “yo”, nos sentimos víctimas de las circunstancias, hablaremos de los que tienen suerte y los que tienen mala suerte, y estaremos siempre persiguiendo unas condiciones ideales que nunca llegan. Siempre encontraremos a quién culpar o a quién responsabilizar de lo que nos pasa, y nos sentiremos obligados a vivir como manden las circunstancias. Nos convertimos en un reflejo del exterior, si el exterior es favorable, me sentiré bien, si es desfavorable me sentiré mal, y es implanteable e inaceptable que yo pueda sentirme bien si las condiciones son adversas.
El ego además tiene una necesidad constante de protegerse, el miedo siempre está presente, como su existencia surge de una comparación, será una necesidad constante ser más que lo otro, y da igual el contenido, solo importa la cantidad, “yo más”, el más listo, el más hábil, o el más enfermo, o el más malo…. De lo que sea, “yo más”, ya que si no el ego mengua, se empequeñece. No se trata por tanto de cambiar los contenidos y pasar a querer ser el más espiritual o el más iluminado, seguiría siendo el ego el referente; hay que descubrir la estructura íntima del yo-mental, hacerla consciente para poder trascenderla y salir de las reglas de su juego.
El ego se sitúa frente al mundo y necesitará defender sus posiciones constantemente, por lo que vive con una gran tensión. Todo tiene que estar bajo control. Es la propia estructura del ego la que engendra el sufrimiento, y toda la tensión de la vida. Cada mañana nos levantamos con nuestro ego de protagonista y vamos al campo de batalla, donde tenemos que demostrar continuamente lo que valemos, defendiéndonos de todas las amenazas externas que ponen en peligro nuestra imagen o atacan a nuestra dignidad, tenemos que dar la talla en nuestras actuaciones, tenemos que responder a las expectativas de unos y de otros , tenemos que controlar todo aquello que pueda llevarnos a dar una imagen errónea de nosotros mismos, tenemos que asegurarnos el cariño de unos, la admiración de otros, la aprobación de casi todos, porque en cualquier momento todo puede irse al traste… Y así un día y otro día, unas veces las cosas van mejor, otras peor… El sufrimiento está servido.
El yo “superior” en cambio, vive con independencia del exterior, no son las circunstancias las que determinan cómo tiene que vivir, sino que tiene la capacidad de elegir, es consciente de que la respuesta depende de él, se responsabiliza de sus experiencias y por tanto puede liberar al exterior de la obligación de hacerle feliz.
No necesita ser reconocido, se apoya en sí mismo, no entra en competición ya que su noción de SER no surge del contraste o de la oposición, tiene conciencia de que no puede ser menguado ni dañado, lo que le da una gran libertad.
Vive en el presente, por tanto no necesita desear para sentirse ser, cuando se vive intensamente, no queda sitio para el deseo.
Se descubre uno con el mundo en lugar de uno frente al mundo, y esto le lleva a una comprensión natural, no forzada, que surge espontáneamente fruto de una visión más amplia.
No necesita controlar nada, se siente cómodo en la incertidumbre, confía en el Propósito Universal, sabe que todo es como debe ser. Es creativo en sus respuestas porque no está condicionado ni por el peso del pasado ni por las expectativas del futuro, simplemente vive ahora, expresa ahora, ES ahora.
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